No sabemos lo que comemos. Esa es una verdad incontestable en los tiempos en los que ni los tomates saben a tomate ni los melocotones a melocotón. Los conservantes químicos y los sulfatos están presentes en prácticamente todo lo que comemos y, muchas veces, sin ser conscientes siquiera de que están ahí.
El SO2, conocido como dióxido de azufre o anhídrico sulfuroso) es uno de los antioxidantes y antimicrobianos más utilizados. Aunque su uso está regulado y es seguro, puede tener efectos negativos en la salud de algunas personas –problemas habitualmente relacionados con la incapacidad de digestión de las enzimas del SO2- por lo que es necesaria una alternativa o solución al uso del SO2.
El SO2 no afecta a todo el mundo; las personas más proclives a mostrar reacciones adversas a su ingesta son las que sufren de asma o presentan algún trastorno del metabolismo. Algunos de los efectos negativos son la dermatitis, los mareos, los dolores de cabeza o las urticarias. La solución no es que las personas con riesgo de reacción negativa dejen de consumir estos alimentos, porque se utilizan en muchos alimentos; además, el SO2 puede incidir en el valor nutricional de algunos alimentos, ya que elimina la vitamina B1, y puede llegar a afectar a personas sanas cuando su ingesta es muy amplia.
Desde 2009, un proyecto europeo bautizado como SO2 está buscando alternativas para el uso de SO2 y así darles una solución a todas aquellas personas a las que les afecta el su ingesta. Sus investigadores creen haber encontrado una alternativa al uso del dióxido de azufre. A día de hoy, se están realizando pruebas con vinos embotellados, en el que el uso del SO2 se puede reducir más de un 95%.
Los estudios siguen adelante y encontrar una solución para el problema que supone el uso del SO2 está cada vez más cerca.
